
Su cabeza erguida apunta a la otra orilla. Evidentemente pide una mano para cruzar. El hombre mantiene la cabeza al frente, su bastón golpeando como metrónomo contra el cordón. Pero resulta que a las ocho de la mañana, en Cabildo y Aguilar, no hay tráfico peatonal.
Lo veo desde la altura del bondi en el que viajo, todos lo vemos, pero es una observación inútil, la observación de quienes sólo podemos ser testigos de su espera, del tac tac tac incesante de su bastón solicitando ayuda para alcanzar la otra vereda.
Confieso que la espera me inquieta, y confirmo la misma inquietud en varios de mis ocasionales compañeros de viaje. Cuando el bondi arranca, el hombre sigue allí. Ha ejercitado su paciencia de un modo asombroso, aún más teniendo en cuenta que la ciudad es un loquero.
Unas decenas de metros detrás de él una mujer acelera el paso para socorrerlo. El sonido del bastón y el de sus tacos se funden en un único tempo. Pronto sólo se escuchan los tacos de ella, los zapatos de él, y el murmullo de una charla inevitable que dura lo que dura el cruzar la calle.
La mujer se despide. Sus tacos avanzan veloces hacia su destino, mientras el hombre avanza paciente, golpeando su bastón blanco contra la pared, hasta que no haya más pared, hasta llegar a la próxima esquina, a otro cordón, la cabeza erguida apuntando a la otra orilla, tac tac tac.
Pablo Franchi (Publicado en El Heraldo Hispano - Iowa, USA - Abril 2007)