Otro traje para ir a trabajar

La mayoría de nosotros llega a su trabajo de un modo convencional. Pero no todos.
Hace unos días tuve que viajar por trabajo a Chile, a una pequeña ciudad sureña llamada Puerto Varas, cuyo aeropuerto más cercano es de Puerto Montt, reducido, funcional, preparado para vuelos de cabotaje (no como el de Santiago de Chile, un edificio gigantesco, con denso tráfico aéreo internacional), a unos treinta kilómetros, recorrido que hay que completar en bus o automóvil.
Teniendo en cuenta que lo primero que impacta del territorio chileno al sobrevolarlo es lo escarpado de su geografía, no sorprende que a ambos flancos del camino que lleva a Puerto Varas acompañe un sinuoso e impactante perfil montañoso. Tras unos minutos se llega a la ciudad, un lugar pequeño plausible de ser recorrido a pie, en especial la increíble costanera al lago Llanquihue. Pero lo que llama la atención no es su superficie plácida y transparente. Un día cualquiera puede verificarse al otro lado de la costa la constante repetición del ineludible perfil montañoso con un punto destacado: la vista en forma de cono truncado recortada contra el cielo del volcán Osorno. Sin embargo en este viaje una llovizna persistente y la niebla que se hace más densa a medida que se aleja de la orilla, no me permiten verlo nítidamente.
Al decir de la gente del lugar, no son infrecuentes los días como esos. Pero cuando se disipa la niebla aparecen los botes, kajaks, pequeñas embarcaciones, lanchas, nadadores, windsurfistas. Mi amigo chileno Gonzalo insiste en haber visto muchas mañanas a un nadador atravesar a lo ancho el lago ataviado con su traje negro de neoprene, y regresar por la noche. Me asegura que es su modo de trasladarse al trabajo, en la otra orilla.
No parece una idea muy verosímil, pero sí lo suficientemente atractiva como para hacer el esfuerzo de creerla.
Entre fines y principios de cada año Puerto Varas es un destino frecuentado por turistas de todo el mundo, y en estos últimos años ese turismo ha ido en aumento, de modo que para el viajero frecuente es posible seguir el crecimiento de la infraesctructura hotelera, con la arquitectura de madera, piedra, techos empinados a dos aguas, y grandes paños de vidrio repartido típica de las zonas con nieve al sur de nuestro continente.
Escribo esta crónica la noche de mi regreso. Pasan las ocho de la noche. Desde mi habitación del hotel veo el lago, del otro lado de la calle costera. Acabo de cambiarme para salir al aeropuerto y regresar a casa. Suena el teléfono. Me avisan desde la recepción que han pasado a buscarme. Cuelgo, levanto la vista para darle una última mirada al lago, y creo ver algo inusual: una delgada silueta negra se mueve lentamente sobre la superficie quieta del lago.
Lamentablemente se pierde en la bruma antes de que pueda determinar si es el nadador del que me hablaba Gonzalo o una ilusión óptica. Abandono la habitación intrigado, con una severa duda que prometo responder en el próximo viaje.

Pablo Franchi (Publicado en Noticias Libres - Arkansas, USA - enero 2009)