La casa que desaparece

Cada mañana el bondi en el que viajo pasa frente a una casa en demolición ubicada sobre la avenida Fleming, en Martínez, provincia de Buenos Aires.
¿Cuánto tiempo toma demoler una casa? Si la empresa de demolición es cuidadosa e intenta rescatar elementos que pueden ser útiles para otra obra (puertas, ventanas, vitreaux, barandas torneadas, escaleras, artefactos de iluminación, pisos de madera, muebles de cocina) es una tarea que no debería exceder los veinte días.
La casa de la avenida Fleming está en ese proceso desde hace al menos un año. Yo fui testigo del primer movimiento, la fijación sobre la fachada de un modesto cartel de obra que indicaba números de permisos y matrículas, profesionales intervinientes y varios otros etcéteras. Entre esos etcéteras, el plazo en el que debía llevarse a cabo la demolición: dieciocho días.
En aquél entonces los primeros trabajos avanzaron rápido, y al final de la primera semana la casa presentaba exteriormente un aspecto no muy diferente al de esta mañana. ¿Qué sucedió? ¿Se detuvo la demolición? He ahí lo extraño del asunto. Aún después de un año la demolición continúa.
Cada mañana veo a alguien llevando una bolsa con escombros a la vereda, o retirando parte de la reja de madera de la entrada, o podando el césped del frente o armando prolijos atados con ramas secas. Seguida a diario la transformación es casi imperceptible, pero considerada a lo largo del año se destaca claramente un hecho indiscutible: la casa desaparece.
En este tiempo su aspecto exterior casi no ha cambiado, sigue siendo, tal como al final de aquella primera semana, una caja de mampostería a la que le han quitado las puertas y ventanas. Pero en su interior ha desaparecido todo vestigio que indicara que eso alguna vez fue una casa. Ni artefactos, ni revestimientos, ni techos, ni paredes (no estoy seguro de los pisos porque no los veo desde el bondi, pero apuesto a que ya no están). Sólo permanecen en pie la pared del frente, las dos laterales, y unos pocos ladrillos de la posterior.
Al pasar esta mañana me dio la impresión de que el jardín del frente se había acercado al del fondo. En plena ciudad, frente a nuestras miradas superficiales acostumbradas al movimiento vertiginoso, al cambio instantáneo, una casa está despareciendo.
Espíritus racionales dirán que no desaparece, que simplemente está siendo objeto de un largísimo proceso de demolición, que las piezas que la conforman están siendo retiradas lentamente, quizá más lentamente de lo normal, pero que eso es todo.
Entonces me pregunto qué es “desaparecer”. ¿Un acto instantáneo? ¿Desde cuándo la prosecución de un hecho maravilloso implica una cuestión de tiempo? Las piezas están siendo retiradas, dicen, y no me aclaran nada. ¿Una desaparición debe ser total para ser real? Quisiera conocer la opinión de alguien a quien le haya desaparecido un medio billete de cien pesos.
El problema está en el truco.
¿Acaso uno le pregunta a un mago cómo ha hecho desaparecer a la asistente que encerró en un baúl hermético rodeado por cadenas y cerrado con diez candados? Para que se verifique la ilusión lo importante es el resultado y no el tiempo que demande. A nuestros ojos esa muchacha no podrá salir ni en diez segundos ni en diez días. Lo importante, repito, es que cuando el baúl se abra la chica ya no esté allí. No nos interesa si primero desapareció una uña, luego una mano, y luego un brazo. El desconocimiento, la sorpresa. En eso reside la magia.
Pero de vez en cuando alguien descubre el truco.
Yo lo hice, y sé que cuando la casa de la calle Fleming desaparezca tomará por sorpresa a los cientos de ojos desprevenidos, distraídos, apresurados, que asistirán boquiabiertos a la culminación de ese excepcional acto de magia.


Pablo Franchi (Publicado en El Heraldo Hispano - Iowa, USA - noviembre 2006)