Programación al paso

Primero: en las ciudades modernas todo está en exhibición. Basta caminar por una avenida cualquiera para notar las enormes vidrieras que ocupan de lado a lado la fachada de cada local comercial. Zapaterías, fábricas de pastas, bazares, mueblerías, confiterías, bancos, farmacias, concesionarias de automóviles, heladerías, librerías, exhiben sus productos buscando tentar a los paseantes.
Segundo: Walkman. Desde la aparición de los primeros sistemas de audio portátiles ha pasado mucho tiempo, pero el sistema sigue siendo el mismo, desde el parlante de la radio contra la oreja hasta los articulares inalámbricos que reciben señales de un aparato electrónico de última generación.
En conclusión, la gente camina por la calle escuchando la radio y viendo vidrieras. O al menos tiene la capacidad de hacerlo. Conformando la sumatoria de este concepto con las dos primeras apreciaciones, han florecido en la ciudad las emisoras de radio con vidriera a la calle.
La radio más escuchada en la Argentina tiene sus estudios de transmisión en Buenos Aires, en un edificio que toma la esquina de las calles Uriarte y Nicaragua. Uno puede sentarse en dos grandes bancas de cemento instaladas allí mismo, sobre la vereda, y ver a locutores, animadores, periodistas, humoristas y actores radiales hacer su trabajo en vivo y en directo.
Hay una frase muy utilizada que habla de “la magia de la radio” haciendo referencia al hecho que, sin necesidad de ver, uno cree que pueda existir en el reducido espacio de un estudio radiofónico desde una tropilla al galope a un baile multitudinario en la residencia de algún noble europeo del siglo pasado. La radio permite un amplio margen a la imaginación. Durante años ese ha sido el fundamento esgrimido en las inevitables discusiones entre los amantes de la radio y los de la televisión, que tiene el inconveniente de mostrar, generalmente, demasiado. El cierre en el traje del monstruo, diría Stephen King.
Pero el estudio radial es sencillo. Tomando la ochava de la esquina hay un enorme vidrio tonalizado detrás de cual, a lo largo de una mesa semicircular, están las personas que escuchamos a diario. A la izquierda, también a la vista del paseante, están los operadores que hacen posible que cada programa salga al aire. Me he detenido varias veces frente a esa vidriera intentando descifrar si esa exhibición ha dañado el espíritu de la radio. Creo que no, que sólo la ha desacantonado, aggiornado. El hecho de que pueda verse, no significa que uno deba hacerlo. Además, la gran mayoría de los programas que se emiten bien podrían formar parte de una transmisión televisiva. De hecho muchas veces parece estar viendo la pantalla gigante de un televisor que sólo capta un canal.
Hagamos futurismo. Como al principio de esta crónica, siguiendo la misma línea de razonamiento, lo que sigue serán programas de TV en vivo y en directo, uno junto a otro, detrás de las vidrieras inmensas de una avenida, mezclados entre farmacias, zapaterías y locales de comidas rápidas.
Y como hace muchas décadas, antes de la aparición del control remoto, habrá que levantarse y caminar unos pasos para cambiar de canal.

Pablo Franchi (Publicado en El Heraldo Hispano - Iowa, USA - septiembre 2008)