La última pulpería

Llamamos “almacén de ramos generales” al lugar donde es posible comprar un kilo de azúcar, diez metros de soga, una pieza de carne salada, o un serrucho de carpintero. El ejemplo más claro que me viene en mente es el establecimiento de los Oleson en “Little House on the Prairie”. Y la época de su apogeo concuerda con la de América del Sur, específicamente Argentina y Uruguay.
Estos comercios, encargados por definición de “sacarnos de un apuro”, casi no existen en las grandes ciudades, y son un bien reservado a las áreas residenciales de los suburbios. Pero más allá de las ciudades y más allá de los suburbios, en áreas rurales había establecimientos que eran mucho más que almacenes de ramos generales: las pulperías.
Una pulpería aunaba, bajo un mismo techo, almacén, bar, casa de juego, centro de reunión comunitaria. Un lugar físico de reunión social. En la época en que históricamente en su mayoría sirios y libaneses eran los únicos que recorrían las enormes distancias del campo vendiendo su mercadería (1), en este lugar podía hacerse prácticamente cualquier cosa, desde comprar los ingredientes para cocinar una tarta de manzanas, hasta beber el más fuerte aguardiente conocido, desde liarse en apuestas de una riña de gallos, hasta disfrutar un buen juego de naipes.
Como en las pulperías no eran infrecuentes los duelos con facones (armas blancas que los gauchos solían llevar a la cintura) ni los asaltos, el dependiente atendía tras el mostrador protegido por una fuerte y alta reja por lo general metálica. Esa misma reja, que en principio cumplía en exclusiva su función específica, finalmente se transformó en el lugar perfecto para colgar sartenes, cacharros, lámparas de aceite, herraduras, lámparas, afiches, y todo aquello que pudiera ser exhibido para la venta. En algunas pulperías cerca de la reja reposaba una guitarra, a disposición del gaucho que quisiera improvisar una payada.
Hace cuatrocientos años nacían en el Virreinato del Río de la Plata estos establecimientos rurales que concentraban farmacia, despensa, bar, centro de juegos, ferretería, y club de encuentro social. Hoy casi han desaparecido. Digo casi, porque en la ciudad de Mercedes, provincia de Buenos Aires, cerca del río Luján, queda en pie, aún funcionando como entonces, la última pulpería conocida. Y aquí mismo estoy, sentado en una mesa con vista al viejo palenque ya en desuso, con una copa de aguardiente frente a mí, que aguarda paciente a que termine de escribir esta última línea.

(1) Dicen que estos vendedores ambulantes comenzaban tan temprano su tarea que era frecuente verlos aparecer como salidos de esa neblina baja matinal, normal en el campo, y desaparecer del mismo modo, con destino arbitrario. Mal identificados genéricamente como turcos, de allí deriva el refrán que reza “perdido como turco en la neblina”, tan utilizado en Argentina.

Pablo Franchi (Publicado en Noticias Libres - Arkansas, USA - octubre 2007)